
Demetrio es algo mayor que yo, casi una década, esto quiere decir que ronda los 60 años de edad. Nació en un pueblo del norte de la provincia de Córdoba, a pocos kilómetros de la provincia de Badajoz, y cuando recuerda en voz alta su niñez, en el pueblo y de monaguillo, es como si desempolvara imágenes ya desgastadas por el tiempo que reflejan la realidad de la postguerra en la España profunda de aquellos días. Algunas jornadas acudimos a trabajar juntos al edificio donde desempeñamos nuestra labor, él de jefe de obras y yo de restaurador subcontratado, una hora de ida y otra de regreso que dan para mucho, un tiempo de conversación donde caben muchas anécdotas, muchas historias que, mientras conduce, cuenta y yo escucho como usurpador que absorbe toda esa sabiduría mundana que él ha vivido.
No es de pensamiento radical, más bien diría que está dentro de lo estándar, ni mucho para la izquierda ni tampoco para la derecha, pero con antecedentes históricos familiares apegados a los derrotados, a los perseguidos y represaliados, como la mayoría de los españolitos pobres de por entonces, porque si alguien fue perdedor, si alguien pagó las consecuencias del binomio regidor de la dictadura, justicia y religión, no fue otro que el español pobre.

Pero mi escrito de hoy no tratará, o al menos con esa idea comencé a escribir, de las historias siempre interesantes y amenas de Demetrio, si no de la herencia que nos dejó la dictadura, atado y bien atado dejó el franquismo el futuro de esa España negra que hoy, entre destellos coloridos, se deja entrever grisácea y rancia como en sus peores días. Ese binomio que aún rige nuestra sociedad, aparentemente democrática, y que continúa moviendo los hilos de la justicia, bajo palio, que aunque no se pasee en procesión de penitencia como antaño si nos hacen comulgar con ruedas de molino, dejándonos impotentes y atónitos todavía y de vez en cuando, al comprobar que la iglesia católica continúa mangonoteando los derechos y libertades de los ciudadanos de esta España democrática en las formas, pero que no en el contenido.
Los religiosos siguen siendo perversos, viciosos y maliciosos, al tiempo que persiguen el derecho de cada uno a elegir la condición política, sexual o religiosa, que nos venga en gana, eso sí, siempre con dinero del contribuyente. Al igual que la justicia, partidista y con intereses propios, hoy no está al servicio de la dictadura pero sí de sus cachorros, los que cada día vemos pasearse con sonrisas y gestos festivos ante la acusación que los tachan de corruptos. Hemos visto recientemente cómo han ido a la caza y captura del único juez decente que la democracia nos ha traído, quizás algunos más se podrían salvar, aunque la mayoría del tribunal supremo (en minúscula) continúan bajo la toga franquista con la que juraron fidelidad al régimen y a su dictador. Sin embargo, lo que no vemos o pasa desapercibido, quizás por la costumbre, es el acoso continuo y sistemático contra esas libertades del individuo.

Los defensores de tanta dignidad y humanidad presentaron una querella criminal, por entonces, y por escarnio de las creencias religiosas. Ahora, casi seis años después, el juzgado de Instrucción de Colmenar Viejo acuerda la apertura del juicio oral contra Krahe y la productora del programa por un delito contra los "sentimientos religiosos". Yo, personalmente, me pregunto si no será mayor escarnio el de engañar a los creyentes con falsas teorías religiosas que no la creen ni quienes las predican. Esto podría sonar a chiste, si no fuera porque tiene tintes peligrosos, fascistoides, en una ola que atraviesa las instancias judiciales de nuestra piel de toro y que llevan a cabo el binomio de antaño, la justicia franquista de Falange Española de las Jons y los asotanados servidores de cristo.
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